lunes, 9 de enero de 2017

Magela Baudoin




“Yo quiero tener una fe enorme en el lector”

Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán

 
Inteligencia, sensibilidad y mucho talento para narrar historias: tres de las cualidades que reúne la periodista, catedrática y escritora boliviano-venezolana Magela Baudoin, quien ganó el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2015 por su estupendo libro de relatos La composición de la sal.

Además, en el año 2014 obtuvo el XVI Premio Nacional de Novela con El sonido de la H. Es autora del libro de entrevistas Mujeres de costado (2010) y fue finalista en el Primer Concurso Internacional de Cuento Breve Salón del Libro Hispanoamericano (Ciudad de México, 2008). Asimismo, ha sido fundadora y coordinadora del programa de Escritura Creativa de la Universidad Privada de Santa Cruz. También tiene una maestría en Comunicación Periodística, Institucional y Empresarial.

Los cuentos de Magela han aparecido en las antologías hispanoamericanas Voces con vida y Recuentos urbanos, ambas publicadas en México, así como en antologías bolivianas. Ella, de voz cálida y de una mirada que transmite mucha paz, es una admiradora de William Faulkner, Jorge Luis Borges, Virginia Woolf, Clarice Lispector y Ricardo Piglia.


En el siguiente diálogo literario (vino al Perú para la XXI Feria Internacional del Libro de Lima), Magela nos habla sobre su niñez, su manera de escribir, la presencia ascendente de la literatura boliviana en Latinoamérica y acerca de su propia obra narrativa. Especialmente, de los relatos de ese fabuloso libro que tantos elogios le ha merecido a nivel continental: La composición de la sal.

 
Muchísimas gracias por esta oportunidad, Magela. Espero que sea una conversación muy grata. Estoy seguro que va a ser así. Yo quería empezar esta entrevista con la dedicatoria que le hiciste a tu padre. Me llamó muchísimo la atención. ¿Qué pasó a los seis años en ti para que hagas esa dedicatoria tan específica? ¿Fueron tan importantes para ti?
Mi padre ha sido un padre muy presente en la niñez. Sobre todo en la niñez temprana, porque luego viajó y estuvo un tiempo lejos de casa. Pero en la niñez temprana fue un padre muy presente, muy juguetón, muy narrador, muy lúdico, realmente. Entonces, esta presencia determinante para mí ha sido, muchas veces, una curación de la vida. El volver allí, quedarme y detenerme allí ha sido realmente salvador, en muchos casos. Probablemente, además, mi aproximación definitiva a la literatura provenga de esa iniciación lúdica, del juego con los libros. Literalmente, jugábamos con los libros. Mis padres no eran muy pudientes. Su única posesión eran los libros. Estaban allí, apilados, y uno ponía los juguetes sobre los libros. Era algo tan familiar que estaban allí como objetos a la mano. Y los clásicos dichos por él, El rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, eran todo un tema en la niñez. Y Sandokan... Toda esa presencia era un mundo protector. Ha sido definitiva en mi elección de vida. Cuando he estado lejos de la literatura -alguna vez he estado trabajando fuera de ella-, él siempre fue una presencia que me empujaba mucho para regresar a esa voz interior. De hecho, alguna vez me traía un libro y me decía: “Aquí está, para que te acuerdes de escribir”.


Recuerdo que en la (ceremonia) del Premio (Hispanoamericano) de Cuento Gabriel García Márquez, en Colombia, tú dijiste: “Para mis padres, que eran la magia y la ciencia”.
(Magela sonríe).

Me pareció muy bonita esa definición de tus padres.
Sí. Él es un hombre con un mundo interior enorme, en el que la magia habita. Ella es médico y es, probablemente, el sinónimo de la razón más pura. Entonces, esta combinación necesariamente iba a crear algo explosivo (sonríe).

Quería, ahora, citar una parte que me encantó de tu cuento Amor a primera vista, al final de la (página) 14 y principios de la 15, cuando dices: “Celia te tomó entonces de la mano y te hizo la única declaración que te habían hecho en la vida: ¿Qué tal si te mudas conmigo? No era una declaración de amor precisamente; no eras tú del tipo que quisiera casarse ni hacer planes; no era ella ni la sombra de una mujer ideal, pero no pudiste decir que no”. Este párrafo es una definición de muchas relaciones de pareja. A veces, uno ama, pero sabe que la otra persona quizá no es la ideal para uno. Igual, no le puedes decir que no y cedes. ¿Así ves tú el amor?
No sé si es una reflexión sobre cómo yo veo el amor. En realidad, jugaba con la idea de que uno, muchas veces, en la vida hace cosas que realmente no quiere hacer. Y que la vida te lleva a vivir de una determinada forma. Hay muchas razones para dejarse llevar. Entre ellas, la comodidad, la facilidad de que otro tome la decisión por ti y lleve las riendas de tu vida. Siempre pienso que uno debe vivir como cree, porque si no termina pensando cómo vive y eso es, a veces, peligroso. Este cuento ronda sobre eso: que todos terminamos haciendo, a veces, sin querer hacerlo.

Y este cuento, también, termina con un humor negro evidente, divertido, pero negro al fin, que es cuando Celia le pide al hombre -que nunca es mencionado su nombre, ignorándolo o invisibilizándolo- el departamento.
Claro.

Pero él se asusta y dice: “De repente, hubiera sido peor que me hubiera pedido matrimonio porque seguramente le hubiera dicho que sí”.
 ¡Ojalá que no me lo pida! Porque, tal vez, si se lo pide, hubiera dicho que sí.

Claro.
Ja, ja, ja…

Por eso decía que, en el fondo, es una especie de reflexión sobre el amor: no podemos evitar, a veces, (seguir) con esas parejas. Uno no puede decir que no por diferentes motivos: físico, amoroso, erótico. Hay parejas a las que no les podemos decir que no. Me encanta ese final del cuento.
Es verdad. A mí, también, me gusta mucho. ¡Tremendo! Me gusta porque naturaliza eso que todas las parejas tienen de trágico, con mucho humor. El humor es muy saludable para seguir viviendo.

Sí. Magela, en tus cuentos siempre terminas con la probabilidad de lo que ocurriría. Tus cuentos no son con un final concreto sino que dejas que el lector se proyecte y diga: ¿y qué va a pasar? ¿Pasará esto que pienso o pasará otra cosa? Siempre lo probable está al final de tus cuentos.
Sí. Es verdad. Es una buena lectura. Tal vez es que yo quiero tener una fe enorme en el lector. Tal vez porque proyecto el tipo de lector que yo soy y porque me gusta plantear una relación de comunicación con el lector. Que él vaya descubriendo, desplazándose. Quizá esa visión del lector que tiene Las meninas de Velásquez, que lo pone a actuar dentro del cuadro. Ese tipo de literatura me gusta.

Un lector -como dicen ahora- interactivo.
Sí, podría ser.

También me gustó mucho -por algo le da el nombre al libro- La composición de la sal. Sobre todo este final del viejo. (Es un cuento) que se lo dedicas también…
A mis padres.

A tus padres. De un viejito al que todo movía a llorar. No encontraba a su hijo por ninguna parte. “El agua todavía estaba tibia cuando comenzó a mecerlo el lejano ruido del mar en el espiral de una caracola”. Es muy poético. Uno siente que ha terminado el cuento una poeta.
Gracias por eso (sonríe). Sí, es realmente una evocación, algo germinal, que es la madre en este vientre, que está mencionado más arriba en el cuento. En realidad, él no espera encontrar al hijo. Lo que está necesitando, tal vez, sea a la madre.

Aparte que se llevaba bien con su pareja.
Sí, pero era algo mucho más esencial lo que estaba buscando. De hecho, él se disculpa antes de entrar al agua, cuando tiene que animarse a pensar lo que está pensando. Él quiere disculparse con su mujer, pero ella ya no está. Es como volver al origen de… Una forma de resurrección, tal vez. Pero me gustaba que fuera poético y es una muy buena lectura la que haces. La poesía permite que cada quien vea allí lo que quiere ver. En algún caso, podrá ser la muerte o, en otro caso, el renacimiento.

Tú has mencionado en varias entrevistas que lees mucha poesía. Me gustaría saber qué estás leyendo ahora último o, en todo caso, cuáles son tus referentes poéticos.
Ahorita estoy leyendo un libro preciosísimo, que es Diarios de Alejandra Pizarnik. Es realmente estremecedor en cuanto a su fibra poética, a su dolor tan esencial, tan inherente a su cuerpo, a su juventud, a su situación vital. Este dolor asociado a la poesía como un parto doloroso. Y es muy bello porque además de estar presente en ella como poeta, están presentes los poetas que ella ama. Por ejemplo, el “triste Vallejo” le dice, “el triste César”, o tantos otros. Sí, la poesía me parece que le da muchísima profundidad a la narrativa y te salva, de muchos modos, de la vida. Yo la leo para desatollarme del lenguaje que, a veces, es tan rústico y, también, para curarme en un día no tan bueno o para acompañarme. Es decir, siempre está ahí.

Has probado distintos registros. Me parecía interesante eso. Has hecho un libro de entrevistas, una novela y ahora tienes un libro de cuentos. ¿Sueles escribir a la vez muchos géneros o te aíslas durante el tiempo que escribes novela…
No.

…y de ahí otro tiempo escribes (cuentos)?
Escribo distintos géneros a la vez. La novela no me es posible sostenerla sola. La novela tiene un ritmo, una cadencia lenta, para mí. Entonces, escribo novelas, me detengo y avanzo o me destranco a través de los cuentos. Para mí, los cuentos son así: una compañía. Estoy, ahora, leyendo un cuento que he seleccionado de Milo Manara -el gran historietista erótico o porno, como quieran llamarle, italiano- y ya estoy contaminada de esta manera de él de contar y de cómo sería un cuento editado por él. Al mismo tiempo, estoy construyendo otro cuento sobre una elefanta de ojos azules. Cosas así, que están poblando mi vida.

¿Es literatura para niños o solo son una alegoría, una metáfora, y son cuentos para adultos, pero con…
Mira, no sé.

…detalles infantiles?
Los cuentos están saliendo de otros temperamentos, de otro estado de ánimo. Se va a llamar (el libro) Mírame y no me toques y no son (cuentos) para niños, pero hay mucha infancia en ellos.

La diferencia es notoria. Con La composición de la sal uno se queda pensando una cosa medio científica, con Mírame y no me toques es una frase popular.
Así es.

Y, además, de advertencia. Va a ser algo totalmente distinto.
Sí, siempre es distinto. Estoy escribiendo desde otro lugar, me doy cuenta.

Quería mencionar lo que Giovanna Rivero -a la que también tuve la suerte de entrevistar- afirmó sobre La composición de la sal: “Podría decir que los cuentos de Magela Baudoin beben ávidamente de la vida -casi en el modus narrandi de Alice Munro-, pero prefiero subrayar justamente lo contrario: estos relatos, como la sal en los mares, le devuelven a la vida algo que la realidad tiene la manía de restarle. Enhorabuena”. ¿Sientes que estos relatos te devuelven algo?
Yo no sé cómo responder a eso. Yo, cuando escribo, dejo un poco el ajayu allí y después lo recupero, en otro momento. Pero algún vaciamiento, probablemente, ocurre cada vez que escribo. Y sí me interesa lo pequeño, lo sencillo de la vida, eso que va quedando casi sin importancia en una esquina. Me parece que en estos gestos es donde se juega la verdad de las cosas. Donde no hay imposturas, donde no hay representaciones.

La literatura siempre es una representación.
Sí, claro.

¿En qué estado se encuentra ahora el ajayu, el espíritu de la literatura boliviana para que estén, sobre todo las mujeres, las escritoras bolivianas, destacando? Ya el año pasado, tres de ustedes, Liliana Colanzi, tú y Giovanna Rivero han ganado premios. ¿Qué está pasando dentro de ustedes? Incluso, solo las mujeres, porque los hombres no están ganando premios en la literatura boliviana.
Pero hay buenos escritores bolivianos, en este momento. Hay un escritor que te va a interesar, que se llama Rodrigo Urquiola, bastante joven y que acaba de recibir un premio en México.

¡Qué bueno!
Yo creo que si algo une esto que está pasándole a algunas de las escritoras o a la literatura boliviana, es el enorme trabajo que ya lleva. Que me parece muy comprometido con la literatura y que, por tanto, tiene una profundidad muy palpable. Si tú te aproximas a la obra de Giovanna Rivero es rotunda, tiene unas raíces muy sólidas. O a la de Liliana Colanzi, que viene trabajando depuradamente todos estos años. No solo nosotras sino toda una generación que ha tomado en serio la literatura, aún y a pesar de las limitaciones naturales que hay en el país, en el ambiente literario. Bolivia tiene una literatura casi artesanal: pocas facultades, muy poca lectoría, muy pocas librerías. Y, a pesar de ello, hay una generación de gente que se ha tomado en serio y ha decidido remontar la mediterraneidad a fuerza de trabajo. Eso me parece bellísimo.


Tú, en otro momento, has mencionado que siempre se habla acerca de (Leopoldo) Lugones y Rubén Darío, pero no se habla tanto de Ricardo Jaimes Freire.
Freire era el mejor poeta del modernismo. Borges lo ha dicho muchas veces: “el poeta del modernismo”. Pero era boliviano.

Sí. Y me parece injusto (que no lo valoren).
(Magela asiente con la cabeza) Así es.

¿Pensabas tú, cuando has empezado a escribir, que tu primer libro de cuentos y tu primera novela iban a ser premiados?
No, ni en el mejor de mis sueños, ja, ja, ja… Hay una alineación cósmica ahí que tendrá que ver con el azar, además de con el trabajo, que ha hecho que las cosas ocurran así.

¿Te dedicas a la literatura a tiempo completo, ahora?
Tiempo completo es un decir, porque doy clases y hago otra serie de cosas, pero sí trato de que ocupe la mayor parte de mi tiempo.

Hay escritores que escriben porque necesitan desahogarse. En tu caso, ¿es por un tema de creatividad o de desahogo?
En algún momento será de desahogo, en muchos momentos es de pulsión creativa. Es decir, por la necesidad de crear. El mejor momento será una búsqueda de alguna respuesta.

Esa anécdota que contaste, que tu abuela era una gran lectora, pero que no le gustaba García Márquez…
No le gustaba.

…porque decía malas palabras.
Ella era una mujer de una sensibilidad estética superior, una mujer que tenía una valoración por lo bello, enorme. La literatura clásica era lo que ella mayormente conocía.

¿Leías poesía con tu abuela?
Sí. Sobre todo la decía para mí. Tenía una memoria extraordinaria y podía decir versos de Bécquer, Campoamor, Rubén Darío, García Lorca, Mallarmé, de memoria. Era divina, fantástica. No le gustaba Neruda.

¿No le gustaba?
No. Creo que no le gustaba la forma en que Neruda era en la vida. Tenía la licencia de apreciar que era un gran poeta, pero no le gustaba. Y ella era chilena.


¿Tu abuela era chilena?
Era chilena.

Y tú naciste en Venezuela.
Sí (sonríe).

Y vives en Bolivia.
Sí (sigue sonriendo).


Eres totalmente sudamericana.
Totalmente, je, je…

Y tus padres son bolivianos.
Son bolivianos.

Pero Baudoin, si no me equivoco, es un apellido…
Francés.

Alberto Manguel decía que “los cuentos de Magela Baudoin son sin duda singulares, ofrecen meticulosas observaciones, comparten un acto secreto y aluden a algo siempre mayor que el argumento que proponen”. ¿El misterio debe ser siempre la propuesta mayor de la buena literatura?
Yo creo que sí. Está en todos los mensajes y lecturas cifradas que se desprenden de eso que ha escrito alguien y que, a veces, ese mismo alguien ni siquiera está consciente de haber escrito.

Tu faceta de periodista: sé que escribes en los medios de prensa bolivianos. ¿Todavía la puedes mantener con la misma potencia que la literatura?
En realidad, tiene ahorita menos intensidad mi faceta de periodista. No estoy escribiendo intensivamente desde el periodismo, aunque ahora, a mi vuelta, tengo en mente comenzar una crónica que me está persiguiendo hace mucho tiempo y que debo escribirla. Creo que este año el trabajo periodístico que voy a hacer es este, pero mis energías están concentradas en la narrativa.

Me llamó la atención tu cuento La chica. Con Eda, Blas, Duke y “la chica”. Depende de cada lector, pero me parece que es un cuento acerca de la locura y que necesitas, de repente, irte lejos de donde estás, de donde ha estado tu familia. En este caso, “la chica” estaba casada con Blas y tuvo que irse lejos y con un viejo del Amazonas para que le sacaran las larvas que tenía en el cerebro, en la cabeza, y recién pudiera estar tranquila. Entonces, yo lo interpreté como que uno necesita, para librarse de los demonios o fantasmas que pueda tener en su vida, irse muy lejos de donde está.
¡Qué lindo que lo leas así! En este cuento me parece que eso que llamamos “la razón” cambia de lugar y lo que podemos llamar “la verdad” cambia y se desplaza de lugar constantemente. Entonces, en algún momento pareciera que la razón y la verdad están del lado de Blas y sus amigos. Conforme el cuento se desarrolla, esa verdad se va moviendo de lugar hacia “la chica” y termina el cuento y aquello que parecía ser cierto no lo es. Me parece que así es un poco, también, la vida. Que nada es tan absolutamente determinado sino que hay mucho de relativo en todo. También me interesaba, en este cuento, mostrar el ámbito de los prejuicios, desde un lugar más sutil. “La chica” no les cae porque les sabe mal la manera en que ella “es” en el mundo. Les molesta. Entonces, cuando deja de ser un exotismo, se vuelve una incomodidad. Son bastante severos con ella, implacables. Pero, en realidad, ella está dando señales de algo que es real y que la aqueja: tiene larvas en la cabeza.

Como siempre, las mujeres son las más críticas. Allí Eda era la que criticaba más. En frente de los hombres, de Blas, Duke, que eran más complacientes. En la vida real ocurre. (Eda dice) “Y esa chica tiene algo raro, no me gusta”.
Es un cuento difícil de definir, pero me gusta esta incomodidad que provoca, porque en ningún momento se para sobre un escenario muy sólido.

Me interesaba el hecho de que en varios cuentos haya un personaje que no tiene nombre, que es anónimo. ¿Te interesa plantear personajes anónimos en tus futuros libros?
Es posible. Los anónimos acá tienen una razón de ser. El chico que narra Amor a primera vista, en realidad, es una sombra a la luz de Celia. Ella lo ilumina todo y él está casi detrás de ella. Por eso no tiene nombre.

Finalmente, quería saber si, ahora que estás en Lima, habías podido leer algo de nuestra literatura peruana contemporánea y a los autores clásicos.
Claro. Estaba muy interesada en Juan Manuel Robles. Me interesa Carlos Arámbulo, es un gran talento. Lo escuché anteayer: varios cuentos que nos ha leído de su nuevo libro son una confirmación de su talento. Allí está Johann Page, también.

¿Y de los autores clásicos, hay alguno que te interese del Perú?
Claro. Siempre me he quedado interesada en las altas cuotas de poesía. (Perú es) un gran referente poético en América Latina.

Te escucho hablar y me entra la duda: ¿tienes alma de poeta o de narradora?
No, de narradora. Pero, para mí, el cuento y la poesía están muy hermanados. Ambos tienen un poder evocativo muy fuerte. Para mí, desarrollan el arte del decir sin decir.

Tu definición me hace acordar a un entrevistado poeta. Hasta el ritmo al explicarlo.
Sí, es posible. Hay allí alguna presencia poética, claro.

Magela, te quiero agradecer muchísimo la entrevista.
No, a ti. Ha sido lindísima.

Te deseo muchos más éxitos, nuevos libros, nuevos premios. No hay que ser genio ni adivino: te va a seguir yendo bien.
Muchas gracias por querer hablar conmigo, por haber leído tan atentamente el libro y por esta conversación tan cálida.

Gracias a ti.
(Ella sonríe).

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